miércoles, 1 de octubre de 2008

"esta facilidad siniestra de morir"

Por su versión de Hugo, una antología que lleva de título Lo que dice la boca de sombra y otros poemas (Madrid, Visor, 1989), el poeta Antonio Martínez Sarrión recibió el premio Stendhal de 1990. Una de las curiosidades de ese libro premiado es que su traductor aceptara a su traducido a regañadientes. En un irónico prólogo, Martínez Sarrión da las razones de su resistencia. Como demuestra la "granizada" de burlas que le destinaron a Hugo sus sucesores (Breton: "Hugo es surrealista cuando no es tonto"), la estética victorhugueana, del romanticismo más "montaraz", sería irreconciliable con la modernidad del siglo veinte, que es la del propio traductor. Es cierto que en la tarea de traducir, Martínez Sarrión llegó a reconciliarse con Hugo, a quien accede a llamar "gran poeta", pero un gran poeta, dice también, "necesitado de poda y antologización rigurosa". No extraña, entonces, que el libro sea pequeño (104 páginas incluyendo una cronología). Contiene fundamentalmente poemas de Las Contemplaciones, libro de 1856 considerado por el antólogo el más representativo de Hugo, porque reúne textos de dos épocas (1830-1843 y 1843-1855) y porque en su centro, separando y articulando esos bloques, hay una experiencia crucial, la muerte de Leopoldine, hija de Hugo. "Por encima o por debajo, o antes y después de Las Contemplaciones, el lector encontrará lo que me ha parecido más adecuado a nuestra sensibilidad, del inmenso legado lírico de Hugo". Aquí, por su relación con el programa, transcribimos un poema de esa zona aledaña, "Los fusilados", al que Martínez Sarrión define como una "elegía a los 'comunnards' del 71 fusilados por los versalleses, traspasada de honestísima mala conciencia, esa figura moral que, con toda legitimidad, adopta la difícil negativa, en tiempos de Hugo y en los nuestros, a sancionar la caída en lo zoológico". El texto pertenece a L'année terrible (1872), el poemario que Hugo dedica a 1871, "año terrible" de la Comuna de París.
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Los fusilados

¡Guerra que Tácito ama y que Homero rechaza!
La victoria termina en sumaria masacre.
Los que están satisfechos se enfurecen. Yo escucho
Decir: —Hay que acabar con los insatisfechos.—
Hoy Alcestes es quien fusila a Filinto.
Hechos.
--------Por doquier muerte. Ni un sollozo siquiera.
¡Oh trigo al que el destino siega sin que madure!
¡Oh pueblo! Los arrastran al pie del muro horrible.
Justo. Fueron batidos por el viento contrario.
Dice el hombre al soldado que le ata: Adiós hermano.
La mujer dice: Mi hombre está muerto. Ya basta.
Yo no sé si tenía razón o no, más sé
Que juntos compartimos las desgracias;
Él fue mi compañero de cadena, si pierdo
A este hombre no tengo deseos de vivir. Es decir
Que si muere, moriré yo también.
Gracias.—Y en las esquinas, se apilan los cadáveres.
Junto a un pelotón pasan veinte muchachas;
Cantan; su galanura y su inocente calma
Inquietan al gentío turbado; un transeúnte
Tiembla: ¿A dónde nos llevan? —le dice a la más bella.
Habla, —Yo estoy segura que van a fusilarnos.
Un estrépito lúgubre estremece el cuartel;
Es el trueno que abre y que cierra la tumba.
Ahí a un montón de hombres rematan. Nadie llora;
Parece que su muerte apenas le rozara,
Que quisieran huir de un mundo trunco y áspero,
Triste, y les complaciera esta liberación.
Nadie vacila. Apilan en la misma muralla
Al nieto y al abuelo, y el abuelo bromea
Y el chico rubio y fresco grita entre risas: ¡Fuego!

Esa risa, ese trágico desdén algo confiesa.
¡Sima! ¡Misterio donde vaga el profeta!
Pues ellos no se agarran a la vida; todo quiere anudar
ya su instinto o su alma al dulzor de las cosas;
Deberían esas jóvenes andar cortando rosas;
Debía jugar el niño en una luz bermeja;
El invierno del viejo se fundiría al sol.
Habrían esas almas de ser como un castillo
Repleto de perfumes, de zumbidos de abejas,
De cantos de aves, flores, éxtasis, primaveras.
Debían palpitar todos de amores y de auroras.
Pues bien, en este mes de luz y de ebriedad
¡Oh terror! He ahí la muerte que brusca, se destaca,
La gran ciega, la Sombra implacable y sin ojos.
Cómo van a temblar y gritar bajo el cielo,
Sollozar y pedirle auxilio a la ciudad,
A la nación que odia a la civil euménide,
A toda Francia, a cuantos del todo aborrecemos
El ciego asesinato y la muerte ofuscada.
Cómo irán, sollozantes, con los dedos crispados
A pedirle a las balas, espadas y fusiles,
A fundirse en el muro, a mezclarse a los paseantes,
Y huir y rechazar la tumba, entre temblores;
Y aullar: ¡Nos asesinan! ¡Socorro! ¡Gracia! ¡Gracia!
Pues no. Parecen fuera de todo lo que ocurre.
Contemplan a la muerte que viene a arrebatarlos.
Sea. Y no le conceden ni el honor del asombro.
Tiempo hacía que llevaban dentro de sí al espectro,
Su fosa estaba lista dentro del corazón.
¡Muerte acude!
----------------Vivir entre todos nosotros les mataba.
Y parten. ¿Qué era, pues, lo que habíamos hecho?
¡Sorpresa! ¿Qué es, pues, lo que para ellos somos
Para que de ese modo abandonen el mundo
Sin un grito o una queja, sin dignarse llorar?
Nuestro es el llanto y de ellos la entereza.
¿De qué les sirve ahora nuestra piedad? ¡Qué sombra!
¿Qué fuimos para ellos antes de esta hora oscura?
¿Acaso protegimos a estas mujeres? ¿Es que
sentamos a estos niños sobre nuestras rodillas?
¿Sabe aquel trabajar y este otro escribir?
La ignorancia termina por dar en el delirio;
¿Les hemos instruido, amado, guiado en suma?
¿Y no tuvieron frío? ¿Y no han pasado hambre?
Por todo eso incendiaron una y mil Tullerías.
Yo lo declaro en nombre de esas almas heridas,
Yo, hombre exento de duelos con farsa o fingimiento,
A quien un niño muerto dice más que una ruina.
Por eso los que mueren resultan formidables,
Porque no se querellan y son impenetrables,
Sonrientes, comninantes, impasibles, altivos,
Y que casi se dejan degollar de buen grado.
Meditemos. Los reos a los que hoy se fulmina,
No teniendo alegría, tampoco desesperan.
La suerte del conjunto a la propia se liga.
Felicidad aquí abajo, si no; ¡desgracia arriba!
Hagamos que su vida el miserable estime.
Si no, no habrá equilibrio. Ley, orden verdadero,
Paz dichosa y, no obstante, viril,
Todo esto encontraréis en el pobre contento.
La noche es un enigma y es su lema una estrella.
Busquemos. Se desvela el ser de los que sufren.

La enmascarada esfinge muestra su desnudez.
Tenebroso de un lado, transparente del otro,
El oscuro problema entreabre la ventana
Por donde el resplandor del abismo penetra.
Pensemos ahora que yacen bajo el sudario,
Y comprendamos. Pienso que la sociedad toda
No puede estar a gusto si tiene estos fantasmas.
Que, entre todos los síntomas, es horrible su risa
Y que habrá que temblar en tanto no se cure
Esta facilidad siniestra de morir.

----------------------------------Junio 1871

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