viernes, 12 de septiembre de 2008

Michelet, según Barthes, de acuerdo a Bénichou

En el capítulo "Michelet" de El tiempo de los profetas, Paul Bénichou comienza reflexionando sobre las pautas que subyacen al trabajo de Barthes en la antología crítica de du Seuil. No es difícil descubrir allí las razones que alejan a Bénichou del método barthesiano. Ni su tendencia anarquizante, que nivela los símbolos en Michelet, según un sistema de series, ni el fundamento prerracional, perceptivo y emotivo, que les atribuye a esas imágenes, parecen compatibles con el propósito de Bénichou de singularizar el "humanitarismo" de Michelet. Transcribimos a continuación el pasaje que discute con el "memorable ensayo" de Barthes.

----Algunos de nuestros contemporáneos descubren tras el discurso de Michelet una riqueza de temas sensoriales y afectivos que, a causa de que a veces contrarían las conveniencias de gusto y de decencia corrientes, compensan a sus ojos la insipidez de su humanitarismo. Estos temas obsesionantes, que se refieren por lo general a las cualidades físicas de los objetos y de los cuerpos, a las sensaciones y afectos que suscitan y a la existencia instintiva en general, componen en Michelet un universo que se estima más original que su pensamiento.* Esta manera de ver es naturalmente susceptible de una aplicación general: se puede hacer y se hace para otros lo mismo que para Michelet. El método que consiste en dirigir la mirada, en una obra, a algo que no sea el proyecto del autor, no es tan nuevo; en particular, el gusto del crítico por los aspectos más crudos, menos controlados, de las obras de la inteligencia, es tan legítimo como toda otra predilección. Esto no quiere decir que tal procedimiento, aplicado sin miramientos, no deje de suscitar objeciones mayores. Consideremos, en cuanto a Michelet, lo esencial.
----El universo elemental de las sensaciones y de los impulsos instintivos es quizás primordial con respecto al del discurso consciente que se articula en la obra. Pero ¿primordial en qué sentido? ¿Cronológicamente? ¿Vitalmente? ¿Literariamente? Desde este último punto de vista, en todo caso, tal universo es mudo, mientras la voluntad del autor-sujeto no le presta la palabra: lo cual es posible sin que se establezca una jerarquía, en el seno de elementos caóticos, entre lo principal y lo accesorio. Suponer equivalentes todos los elementos que figuran en este conjunto, no queriendo considerar el sujeto que los organiza, es querer limitarse al caos que precede a la creación. En la masa de las representaciones y de las relaciones metafóricas que componen el fondo de Michelet escritor, hay grados de ser: no todos los motivos tienen el mismo peso ni la misma autoridad, podría decirse, en el seno de esta obra con relación a la cual debemos considerarlos, no conociéndolos sino por ella. No se puede conceder el mismo crédito, en exégesis literaria, a la pura imagen retórica -en último análisis, manera de hablar, nada más- y al símbolo intensamente cargado de sentido, nudo de pensamiento y emoción, que Michelet nos requiere manifiestamente que consideremos como palabra esencial. Las imágenes no valen, en literatura, sino por las pasiones y las voluntades que el yo tendencioso del autor pone en ellas, y que son otro nombre de su ideología. El universo imaginario está orientado por pensamientos y reservas mentales.
----Los tipos fisiológicos y humorales que Michelet atribuye a los diversos personajes de la historia, jamás dejan de situarse en la escala de la reprobación o de la alabanza. Con la mayor frecuencia, es una forma gráfica de la invectiva, algo así como un vocabulario despectivo elevado a la potencia metafórica, que nos enseña mucho sobre la elocuencia de Michelet, pero sobre el sentido de su obra, casi nada. Este modo de elocución apela necesariamente a unos gustos y a unas repugnancias sensoriales que el autor supone comunes a sus lectores y a él; y preciso es que sean tales en efecto, que sean evidentes entre ellos y él, para que pueda movilizarlos en apoyo de sus simpatías y de sus antipatías. Un temparamento físico, cualquiera sea, sanguíneo, bilioso, linfático o cualquier otro, designado por su nombre, con tal de que esto sea en cierto tono y en un contexto contundente, produce sobre todo lector una sensación desagradable; determinado detalle provoca una náusea que acompaña la que el autor aparenta: pero las náuseas de Michelet nacen de sus condenas de principio, como las jaquecas de Voltaire en el aniversario de la Noche de San Bartolomé; no producían esas condenas, les suministraban la sanción de la repugnancia, el juicio sin apelación de los sentidos incomodados. Algunas de las obsesiones de Michelet se nos muestran, muy al contrario, dotadas de autoridad y significado propios: así ocurre con la inmersión en el pasado, de la potencia vital y de la muerte, del cadáver y la resurrección, del martirio de los débiles y de sus desquites. Y si conviene atribuir a tales temas más importancia que a los de lo seco y lo viscoso, de lo hinchado, de lo húmedo o de lo pletórico, es porque los vemos consustanciales a las actitudes y a las opciones de Michelet; ellos mismos son ya actitudes y opciones, pensamiento y palabra del yo; formulan lo que gobierna la obra de Michelet: la confesión de una fe humanitaria vivida a través de la experiencia de la historia. Por ellos, esta fe, al hundir sus raíces en el mundo de los sentidos, de la afectividad y de la imaginación, atestigua la unidad del hombre y el imperio recíproco del pensamiento y de la vida.

* Roland Barthes (Michelet par lui-même, París, 1954) ha dado un cuadro de conjunto de estos temas en un ensayo memorable por muchos aspectos.

No hay comentarios: