sábado, 11 de octubre de 2008

"de nuestra muerte tendrá que salir la juventud del mundo"

El 10 de enero de 1797, Hölderlin le escribió una carta a su amigo Ebel, que estaba en París. Dos pasajes merecen ser citados. En uno, Hölderlin anticipa el famoso comienzo de A Tale of Two Cities (1859). O mejor dicho, revela la inspiración romántica de dicho comienzo, que supone la necesidad de resolver los contrarios de la época en una "nueva organización":

En lo tocante a lo general, tengo un consuelo, y es que toda efervescencia y disolución tienen que conducir necesariamente o a la aniquilación o a una nueva organización. Pero puesto que no veo aniquilación, pienso que por lo tanto de nuestra muerte tendrá que salir la juventud del mundo. Sin duda, se puede decir con certeza que el mundo nunca tuvo tanto colorido como ahora. Ahora hay una increíble variedad de contradicciones y contrastes. ¡Antiguo y nuevo! ¡Cultura y barbarie! ¡Maldad y pasión! ¡Egoísmo bajo piel de cordero y egoísmo con piel de lobo! ¡Superstición e incredulidad! ¡Esclavitud y despotismo! ¡Inteligencia sin razón y razón ininteligente! ¡Sentimiento falto de espíritu y espíritu sin sentimiento! ¡Historia, experiencia y tradición sin filosofía y filosofía sin experiencia! ¡Energía sin principios y principios sin energía! ¡Rigor sin humanidad y humanidad sin rigor! ¡Amabilidad hipócrita e insolencia desvergonzada! ¡Jóvenes impertinentes y hombres petulantes! Se podría continuar la letanía desde el alba hasta la medianoche sin haber apenas nombrado una milésima parte del caos humano. (Hölderlin, Correspondencia, 318-319)

Dickens, como se recordará, comenzó su novela de este modo:

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la estupidez, era la época de la fe, era la época de la incredulidad, era la estación de la Luz, era la estación de las Tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, todo estaba ante nosotros, nada estaba ante nosotros, marchábamos directo rumbo al Cielo, marchábamos directo en sentido contrario... En suma, el período era tan semejante al actual, que algunas de sus más sonoras autoridades insistían en que se lo recibiera, para bien o para mal, en el grado superlativo de la comparación solamente.

Luego de su "letanía", Hölderlin escribió a Ebel:

¡Pero así debe ser! Este carácter de la parte más conocida del género humano es ciertamente un preanuncio de las cosas más extraordinarias. Creo en una futura revolución de las ideas y modos de representación que hará enrojecer de vergüenza a todo lo anterior. Y Alemania tal vez pueda contribuir mucho a ello. Cuanto más silenciosamente crece un estado, tanto más excelente se vuelve cuando madura. Alemania es callada, humilde, en ella predominan el pensamiento y el trabajo y existen grandes movimientos en los corazones de la juventud sin caer por ello en palabras huecas como en otro lugar. ¡Mucha formación y aún infinitamente más! ¡Materia formativa! Buen carácter y aplicación, corazón de niño y espíritu viril, son elementos con los que se forma un pueblo destacado. ¿En dónde se encuentra esto en mayor medida que entre los alemanes? Desde luego que el infame espíritu de imitación les ha traído mucho mal, pero cuanto más filosóficos se vuelven, más independientes. ¡Ud. mismo lo dice, querido!: a partir de ahora deberíamos vivir para la patria. (Hölderlin, Correspondencia, 319)

Este segundo pasaje, que arranca donde termina el primero, "sin haber nombrado siquiera una milésima parte del caos humano", aleja a Dickens de Hölderlin, en cuanto afirma la necesidad e incluso la conveniencia de ese caos, al que seguirán "las cosas más extraordinarias". Si Dickens en 1859 afirma la necesidad del caos, lo hace como pasado histórico, incluso como memoria, y no como alternativa para el presente político: su mundo tuvo ya un doloroso nuevo comienzo y Dickens quiere evitar que se repita. Para eso, entre otras cosas, escribe A Tale of Two Cities, esa historia de caos profundo que exige una violenta redención sacrificial. Sin embargo, el pasaje también se proyecta hacia Dickens, o hacia el mundo de Dickens, en un punto. Dickens cree que los buenos valores de Inglaterra (bondad, familia, trabajo, imaginación, reforma) pueden mejorar a la sociedad, atemperando sus disonancias; Hölderlin cree que Alemania, con su formación ("¡mucha formación!") y su cultura filosófica ("¡cuanto más filosóficos, más independientes!"), puede contribuir a generar una "revolución de las ideas y modos de representación". Es decir, en ambos existe una creencia en el valor superador de la cultura propia, en el poder de la identidad nacionalista. Ocurre que tanto Alemania como Inglaterra, durante la revolución (caso Hölderlin y Wordsworth), y más aún después, frente a las posteriores actualizaciones de la revolución y sus ensayos locales (caso Dickens), buscaron articular sus propias revoluciones pero sin revolución, es decir, como procesos de cambio que evitaran los "errores" franceses apelando a las virtudes de la tradición nacional. De ahí que, más allá de la influencia francesa, ya pueda leerse en el "vivir para la patria" de Hölderlin, tramado con la exaltación del nuevo mundo de ideas y modos de representación, una orientación ideológica (el nacionalismo) que, en sus gamas y variantes, sería fundamental para los siglos venideros.
---El autor de Hiperión concluye su carta pidiéndole a Ebel que deje París, donde no es más que "un pobre hombre", y que regrese a Alemania y se integre al "círculo" de sus selectas amistades. "Durante los días en que le he escrito esta carta ha venido Hegel aquí. Ud. le tomará afecto con seguridad" (Ibidem, 320).

J.L.

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