La madre que defiende a su cachorro
En medio de los bosques, asilos de lechuzas,
Donde susurran muy bajo las hojas inquietas,
En los montes, que parece llenar un negro destino,
Para el dulce recién nacido que se estremece en su pecho,
Para el trágico niño que ella lleva azorada,
No bien ve crecer la noche, marea sombría,
No bien los lobos oscuros dan sus largos aullidos,
¡Oh, salvaje amor de la mujer de los bosques!
Así es París. La ciudad donde Europa se mezcla
Con el derecho, la gloria y el arte, triple seno,
Amamanta a este niño celestial, el Porvenir.
Se oyen los caballos de la aurora relinchar
Alrededor de esta cuna sublime. Ella, la madre
De la realidad que comienza en quimera,
La nodriza del sueño augusto de los pensadores,
La ciudad que por hermanas tiene a Roma y a Atenas,
En la primavera que ríe, bajo el cielo que enrojece,
Ella es el amor, es la vida, es la dicha.
El aire es puro, el día brilla, el firmamento está azul.
Ella acuna cantando al pequeño dios poderoso.
¡Qué fiesta! Ella muestra a los hombres, orgullosa, alegre,
Este sueño que será el mundo y que balbucea,
Este tembloroso embrión del nuevo género humano,
Este gigante, aún enano, cuyo nombre es Mañana,
Y por el cual el surco de los tiempos futuros se abre;
En su frente calma y tierna y en su boca feliz
Y en su mirada serena que no cree en el mal,
Ella tiene esa radiante sonrisa, el ideal.
Se siente que ella es la ciudad donde habita la esperanza;
Ama, bendice; pero si, súbita oscuridad,
Llega el eclipse, y da a los pueblos el temblor,
Si algún vago monstruo erra sobre el horizonte,
Si todo lo que serpentea, espuma, repta y bizquea,
Viene a amenazar al niño divino, ella es feroz;
Entonces se alza, entonces da gritos terribles,
Y se convierte en el furioso París;
Ella truena y ruge, siniestramente viva,
Y la que encantaba el universo, lo espanta.
Cf. "Los fusilados".
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